Muchas veces les explicaba a mis hijos por qué todos los veranos los llevaba a la misma ciudad de México. Mientras otras familias viajaban a Noruega o a Tanzania, regresábamos a la misma casa, para quedarnos con los mismos amigos.
—El acento— les decía— y el vocabulario. Toda la vida escucharán expresiones de otros países pero siempre podrán decir con confianza que en Guanajuato así se dice.
Volvíamos a Wisconsin con El guía escolar para cada uno y aunque no les fascinaban los ejercicios de lenguaje e historia, tampoco se quejaban mucho. Cuando entraron a la preparatoria aquí en Guanajuato ya tenían casa, amigos y un español muy mexicano.
Es cierto lo que les decía, regresábamos por el español. Pero confieso que también es porque no me gusta viajar, me gusta estar. Me hace bien conocer un lugar y tener amistades de hace años. Cuento con la rutina de la casa y de la ciudad. Sé que habrá una feria de libros esta semana en cierta plaza. Como todos los años, saludo al señor que tiene un puesto de utensilios de cocina en la esquina del mercado. Nos reconocemos porque hace quince años mi hija se lo derrumbó todo. Paso tiempo con los amigos, comemos rico y nos reímos mucho. Y más que nada disfruto de mis hijos y me rindo a la impresión que nada cambia, que siempre tendremos este tiempo y este lugar.
Pero, como dice la canción, todo cambia. Hace tres años que mi hija mayor trabaja en Lima, donde ha borrado cuidadosamente el mande de México de su vocabulario y ha asimilado tan perfectamente el ritmo peruano que nadie sospecha que no haya crecido hablando así. Como divide su tiempo entre el Perú y EEUU, no le sobran semanas para México. La extraño. Los otros siguen aquí con sus amigos, con su vida tan completa y conmigo. Estoy consciente que esto también va a cambiar. Sus estudios profesionales y otras obligaciones no los dejarán seguir viniendo para siempre.
Hace años que vienen y van solos, que viajan por este país y muchos otros. ¿Y cuando no puedan regresar conmigo? Claro que iré a donde estén, como ahora viajo a Lima. Pero por una parte del año aquí estaré, como dice otra canción, en el lugar de siempre, en la misma ciudad y con la misma gente. Los voy a extrañar.
Cuando llegamos hace unos días, mi hija reemplazaba el teléfono y estaba considerando el precio. No es que fuera tanto, unos $25, pero es conservadora y no gasta sin pensarlo.
—Está bien— me dijo después de un rato. —Pues, regreso en diciembre.
Pienso demasiado en el futuro. Por el momento, parece que nada cambia.
HashTagRon
Aug 19, 2011
Bonito!
Soy muy parecido. Aunque a mi me gusta ir a diferentes lugares, diría que viajar no me gusta mucho. Pasé semestres de la universidad viviendo y estudiando al extranjero, pero no fui como mis compañeros, que al llegar a donde estudiaba, ya tenían tíquetes y planes de viaje para cada fin de semana, cada día libre.
Yo no. Yo tuve que encontrar un bar genial, con gente que, con tiempo y esfuerzo, querría conocerme. Yo quería explorar la lengua y la cultura del lugar en donde estuve. Y yo, como tú, deseaba aquel sentido de que nada cambia. Ya que todo cambia, y sigue cambiando diariamente, hay que agradecer los momentos que se tiene, en el lugar y el tiempo en donde se está. Eso es el único “siempre” que existe.
@HashTagRon
Claudia Izquierdo
Aug 19, 2011
Que lindo, me hiciste recordar de mi querida Colombia y de toda la familia que uno de atras. Un abrazo. Ci.
susan
Aug 20, 2011
Muy lindo…escrito con mucha emoción y amor.